martes, 15 de noviembre de 2011

Engaño

A pasos de la niebla, el aire se torna viciado y me consume de a poco. No me doy ni cuenta y las madejas se transforman en almas desiertas, en penas que no se van ni llegan. En aquellos hilos que se atan a ellos mismos, unos encima de otros a modo de orgía para mantener el calor. Y se pierde entre mis dedos, y me quema la piel, y me quema desde adentro esta maldita impotencia, esta maldita frustración de no entender, de no saber, de huir, de esconder, de no tener la más mínima idea de cuales son las raíces que se desprenden desde mis pasos (o que ajustan mis pasos). Todas se deshacen, ninguna me ata. Y fluye la rabia descontrolada que se traduce en lágrimas... porque al final, lo único que sé hacer bien es llorar. Manteniendo lo gris oscuro intacto, olvidando y recordando la melancolía errática que me suelta de golpe al suelo, me rompe la quijada y me aplasta las sienes. Porque sería tan fácil ser ciega y mantenerme limitada, cuestionando cada una de mis palabras porque las acciones y reacciones, ¿acaso son simultáneas? y todos esos caminos a medias pavimentados... no me quedan más ganas, sólo quiero mantener mis pies descalzos, olvidar las metas, perder los objetivos, asumir que sólo me conformo con desvíos y desvaríos. De esos que no sirven para nada. Para absolutamente NADA.

Esa nada eterna, tardía, esas crisis que recién ahora, ¡recién ahora! me dominan por completo, desde adentro, desde el fondo de las entrañas. Y no soy capaz de fastidiarlas... la fortaleza suplicada me ha engañado por completo.