viernes, 18 de mayo de 2012

Escalera

Al borde del onceavo peldaño, descansa el pie derecho mientras el pie izquierdo quiere seguir avanzando. Aún falta mucho para llegar a la cima, bajar, volver a subir y así, infinidad de veces hasta determinar que tal vez ese no era el camino. Después de tantos peldaños y actividad muscular de los miembros inferiores, se nota un aumento en la tonificación, una mayor resistencia al cansancio físico y por supuesto, una nueva voluntad para transitar por nuevos caminos. A ratos con la mente en blanco, a ratos con ira, a ratos con alegría, a ratos con la sensación de no ir avanzando.

El recuerdo de muchos pasos dados cada vez es más lejano. Porque ahora basta con sentarse y olvidar. Porque da miedo el exterior y los ojos que no miran, pero juzgan. Los propios ojos que miran desde afuera hacia adentro y juzgan. Por eso, es más fácil y cómodo quedarse encerrado, aburrirse y malgastar el tiempo en la nada. Decepcionando, lastimando, traicionando.

Es más simple perderse, sin entender cómo los minutos y las horas transcurren tan rápido y devoran rápidamente los años propios, obligando a disminuir la distancia entre lo que fue, lo que es, lo que será. Y esas distancias son tan poco satisfactorias que estancan, porque murieron muchos deseos e ingenuidad. Murieron demasiados sueños que no han podido ser reemplazados. Porque entre tanto tiempo malgastado, murió también la capacidad de compromiso con la vida propia.

Ese balcón se muestra tan tentador. Si tan sólo se pudiera erigir una escalera entre él y el distante suelo, la decisión sería tomada sin vacilar. Bajar, subir, bajar... infinidad de veces. El problema, es que con la ausencia de la escalera sólo sería posible el camino de ida... y nadie puede asegurar que valga la pena emprenderlo.

jueves, 17 de mayo de 2012

Enésimo Blog

Más que ser el lado B de la cuarta parte del siempre proyecto inconcluso Transición, es el espacio madurado por excelencia, dentro de lo que nunca ha de madurar (claro está). Porque dentro de todos los sin sentidos en los que me he visto envuelta por decisión propia, le otorgo significado a ese objeto transicional al que mi siempre infantil humanidad ha de huir campante, porque a él me apego, porque me provoca esa extraña sensación de pertenencia que pensé imposible de sentir con otro algo o con algún alguien.

Es tan absurdo como esas estrellas fugaces que vislumbro detrás de un cielo capitalino furioso que tiendo a confundir siempre con el maravilloso escenario meridional en el que se prepara la lluvia. Es tan absurdo como someterse a la magnanimidad de uno de los héroes contemporáneos (también conocido como Wikipedia) que se aprestó a entregar un significado claro para definir lo que quiero expresar*. Es tan absurdo, porque el mundo de las letras no tiene pies ni cabeza. Tiene entrañas, delirios, pasión, compromiso intermitente, escenarios dramáticos, personalidades desdobladas, eterna inconformidad, anhelos de alas ensangrentadas y catarsis purificadoras infinitas... para volver a ensuciarse constantemente con vicios y malestar.

Porque a pesar de la (a ratos) estructurada lingüística, que se esfuerza en cientificar el abismal mundo del lenguaje y la comunicación, porque a pesar de los intentos penosos de la psicología de explicar y componer los designios de la inexistente (?) mente humana... los símbolos, los signos, sus significados y sus significantes no se venden fácilmente, descansan apostillados.
Se retuercen tras acotaciones que no siempre aclaran, que raras veces interpretan y que difícilmente completan un texto (o idea llevada al plano tangible).

Y es allí, en todo ese torbellino donde puedo extraviarme de forma serena. Porque no sé hacia dónde voy, no sé de dónde vengo y no sé si siempre he estado triste. No puedo hacer afirmaciones a puño cerrado. No sé si en 5 minutos defenderé o crucificaré mis pensamientos y mi actuar. No sé si seré capaz de entregarme a una nueva travesía donde me califiquen por lo que otros consideran importante. Porque honestamente nunca he tenido la decencia ni la necesidad de realmente esforzarme para entender los mecanismos consensuados del saber.
Me salto las barreras, descarto los contextos, mezclo las ideas, dejo a medias todo tipo de pretextos. ¡Porque son sencillamente eso! ¡Pre-textos! meros accesorios que anteceden cualquier designio concluyente. Sólo sé que no creo en absolutos, que todo se convierte en una ramera que lame descaradamente el lado más cálido y brillante del extremo visible ¡de cualquier cosa!

He ahí mi pretexto. El miedo.
He ahí mi vicio. La mediocridad.
He ahí mi destino. Fracasar.




*Objeto transicional: En psicología, un objeto transicional es un objeto material en el cual un infante deposita cierto apego, es por ejemplo un muñeco de peluche o un trapo (como en el caso del amigo de Charlie Brown) que tiene funciones psicológicas importantes, sobre todo al pretender dormir, cuando se está solo o en otros momentos como el hastío. Funge como un objeto que suple ciertas funciones de la madre cuando ésta está ausente. Constituye una fuente de placer y de seguridad para el infante que suele apretarlo, tenerlo cerca y hablarle. Permite al infante constituir un área intermedia entre él mismo y otra persona o entre él mismo y la realidad. El objeto transicional es a la vez objetivo y subjetivo, objetivo por que se constituye sobre un objeto real, subjetivo por que se le dan y atribuyen funciones en el campo de la imaginación. Esta noción fue introducida por el psicoanalista Winnicott. (http://es.wikipedia.org/wiki/Objeto_transicional)