jueves, 6 de junio de 2013

Suavidad

No sé.
Tal vez se trata de algo más que derretirse cuando bosteza, cuando se estira, cuando rueda, cuando maúlla.
No sé.
Quizás se trata de algo más que detestarla o de a ratos no querer saber de ella.
No sé.
Posiblemente se trata de sucumbir ante sus ronroneos casi espontáneos.
No sé.
Probablemente se trata de que cuando le das un espacio en tu vida a otra vida, te acercas un poco a tu propio descubrimiento.

Y es ella, con sus ojos de serpiente, su pelaje de algodón, sus manchas negras.
Y es ella, con sus garras, sus colmillos y su locura que deja marcas profundas.
Y es ella con su mirada nostálgica, su movimiento calmo de cola.
Y es ella, la que duerme enrrollada sobre sí misma, sobre nuestros pechos, sobre nuestra espalda, sobre nuestra(su) cama.
Y es ella, la que nos adopta, la que nos cuida, la que nos robó lo poco que nos quedaba de cordura.

Estira sus patitas, deja al aire su panza peluda y blanca.
Patas para arriba, bostezos gigantes, ronroneo constante.
Acicala su pelaje, se asusta con los ruidos, corretea por todas partes.
Nos recibe en la puerta, nos espera fuera del baño, nos acompaña a la cocina.
Se tira al suelo y rueda, rueda, rueda.

Esa maldita gata endemoniadamente bella.
Esa maldita gata endemoniadamente divertida.
Esa maldita gata endemoniadamente loca.
Esa maldita gata endemoniadamente suave...

...suave...

suave.