viernes, 25 de junio de 2010

En Marcha

El paso que huele a óxido retoma lentamente el rumbo hacia lo conocido, hacia lo propio, hacia el terreno psicológico palpable dueño de una menguante direccionalidad.

Vuelve hacia la ciénaga escarlata que se desata entre mis torpes dedos, arañanado fuertemente la piel del berrago a esquilar. Y se resquebraja la guerrilla interminable con mi desnudez interna, esa que desata la lengua literaria y la lengua carnal. Aquella ramera de las letras que ofrece la entrepierna a las palabras sin vacilar, reconociendo en ellas a su único credo, el único amante capaz de satisfacer aquellos deseos que enardecen la imaginación voluble.

Partiendo nuevamente hacia las rimas, sobre los versos, en las prosas que emergen y se desatan, que se revuelcan bajo la almohada y se encogen entre las sábanas buscando instantes de placer, de descanso, de llanto desesperanzado, consuelo y a ratos conformidad.

Nace el día e intento gritar que le pertenezco a la noche. Ni siquiera aflora un eco y me sitúo entre todos los proyectos que me apasionan y escondo mi verdadera identidad. Soy una esquizoide perdida entre mis propias ruinas, huyendo de mi risa, huyendo de mis ojos hacia las agusanadas cuencas, hacia la afonía y un rostro sin expresividad. Rehuyo del placer poniendo el alma en otras almas para lamer la energía que emana cálida y sincera.

Mi risa ha vuelto, mi espíritu agradecido descansa una vez más... hasta que la noche me atrape y vuelva hipnotizada a su embriagante fugacidad malsana, donde grito y lloro entrecortadamente porque la tristeza es mi leal consejera, porque los recuerdos son mi talón de aquiles y a la vez son mi verdadera fortaleza.

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